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HIPOCAMPO DE CONCENTRACIÓN

Después

Después

Ruth era una chica joven, era normal y corriente, cerraba los ojos al estornudar, sus pupilas se dilataban en la oscuridad, se estiraba al despertar y tragaba agua si respiraba dentro de la piscina, pero muchos la consideraban especial por el hecho de llevar el reloj en la derecha, lamer la tapa del yogur, silbar en la cola del paro o mojar el bocadillo en el café. Especialidad que valoró Fran en esa misma cafetería mientras mojaba su sandwich vegetal en colacao, allí se miraron por primera vez y sonrieron ajenos al resto de normales y al resto de corrientes. Fran también era considerado especial por reír sin carcajada, chirriar sus dientes al dormir, llevar un calcetín de cada color y comer arroz con la cuchara. Especialidad que también valoró Ruth en esa misma cafetería mientras estornudaba y se le escapaba un trozo de pan de la boca. Allí se miraron por segunda vez y sonrieron ajenos al resto de normales y de la corriente que entraba por la puerta. Él se armó de valor y al terminar le pagó la cuenta. La esperó en la puerta hasta que saliera:

-¿Me acompañas?

-¿A dónde?

-No lo sé.

-Entonces sí.

Hablaron, caminaron, se enrojecieron, se preguntaban indiscretamente y fueron conociendo cosas en común. A él le encantaba la arquitectura renacentista, a ella los retablos, a él Silvio, a ella Pablo, a él África, a ella Mandela, él se estremecía con el Jazz, ella lloraba con Rayuela, él Annie Hall, ella Manhattan, él "amores que matan nunca mueren", ella "el amor cuando no muere mata", él ignoraba lo urgente, ella al libre albedrío, él "cuerpo docente"  ella "los formales y el frío". 

Repitieron esos paseos día tras día y por las noches él solo pensaba en cómo habrá sido el paseo de hoy y ella en cómo será el de mañana, pero aún había que hacer pasos y falta, y el amor, sobre todo el amor. Y lo hicieron. Después de hacer el amor a cuatro manos, a mil poros de piel, a dos salivas, a dos armas de seducción masiva, sin instrucciones para prender el fuego exacto, como un volcán envuelto en piroclastos... después de hacer el amor lo contemplaron, se enorgullecieron de su trabajo, lo limpiaron con besos, lo lavaron con caricias, lo empaparon con sexo y primicias y después de secarlo lo adornaron al lado del reloj.

Sus nombres ya eran motes de cariño, Fran era Franín, Ruth era Ruti. Se amaban hasta la glucosa, era empalagosamente envidiable, todos los miraban con recelo cuando iban por la calle de la mano, mientras los coches esperaban en los semáforos, las bolsas quebraban, los calendarios enfermaban de alzheimer, alguna cuenta atrás demoraba la ignición de un cohete y el lunes ya fue ayer, que se pasa volando la semana y esa nueva arruga que salió en el párpado. 

No se daban cuenta desde su burbuja cuántica pero todo pasaba, hasta ellos, hasta el tren de las 12, hasta el tiempo, y ensimismados en sus dioptrías seguían dándole diminutivos a sus motes cariñosos. Él ahora no era ni Fran, ni Franín, sino Franito. Ella ya no era Ruth, ni Ruti... era Rutina.

No lo vieron porque solo se veían el uno al otro, porque el tiempo es un Ninja, un escapista que se esconde del que intenta obviarlo y un día, de repente, cuando hay que renovar ese carnet y te despistas, libra por todos y te la quedas. Después de hacer el amor, se enamoraron. Después de enamorarse, se deshizo el amor. 

Tras deshacerse el amor quedan dos manos, hecatombes en la piel, labios con onda expansiva y dos almas de destrucción masiva. Tras deshacerse el amor quedan las ruinas y, a cada nuevo paso, un interrogante: Quizás después del después venga un antes.

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