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HIPOCAMPO DE CONCENTRACIÓN

Post It Acaso

Post It Acaso

Él le tenía pánico al despegue y ella a los aterrizajes. En los viajes que hacían juntos ella le acariciaba la mano al principio del vuelo para tranquilizarle, y una vez tranquilo y ya adaptado al vuelo, empezaba el pavor de ella cuando se acercaba el final del trayecto y la maniobra de descenso, momento en el que era él quien acariciaba la pequeña mano temblorosa y sudada de ella. Se complementaban mitigando sus angustias, pero no siempre se tenían como chaleco salvavidas. Ella, como mucho, viajaba una vez al año sola para ver a su familia, pero él cogía aviones casi mensualmente por motivos de trabajo, y ahí no tenía su tranquilizante equipaje de mano. Ahí tenía que enfrentarse a sus pavores en soledad y se agarraba su propia mano imaginando que era la de ella, respirando hondo y cerrando los ojos. Cuando viajaba con ella pensaba que si ese día el avión se estrellaba no tendría miedo a morir, porque estaba con ella. No es que no tuviera miedo, siempre lo tuvo, pero con ella le daba igual. Moriría con ella, juntos, desaparecerían al unísono, llevaba con él todo el equipaje vital que le llenaba, tenía exceso de felicidad en su maleta. ¿Qué más daba morir así?

El problema era cuando viajaba sólo, y ni siquiera por placer, sino por obligaciones. No podía permitirse morir así, sin ella. ¿Cuánto dolor le dejaría a ella en vida? Le aterraba dejarle tanto legado de lágrimas. ¿Cuánto le faltaba por decirle? ¿Cómo podría morirse sin saber que aquel beso sería el último? ¿Cómo iba a morirse sin decirle a dónde iba? Ahí sí que tenía miedo; se moría de miedo. No estaba en sus manos (ni en la de ella, pequeñita y sudada) aquel futuro incierto, pero sí todo el pasado certero, así que un día, antes de salir al aeropuerto y sin que ella lo viera, escribió en un Post It

"Siempre te amé, por si lo olvidas, por si lo dudaste alguna vez. Gracias por fletarme de felicidad. Dile a mi madre que ha sido única. A mi padre que fue ejemplar. A mis hermanos que fue un lujo aprender de ellos. A Luis que fue mi amigo del alma y que siga luchando. Y por favor, cuida a Toby y dale mis calcetines. Adiós, mi vida"

Luego lo escondió en uno de esos cajones que no se abren, donde uno guarda siempre sus dibujos de niño, su cartilla de nacimiento, graduado escolar y demás reliquias llenas de polvo. Ese lugar que sólo se abriría en caso de mudanza, de limpieza extrema, o de nostalgia post pérdida (como por ejemplo, un accidente) pero nunca en un intervalo de una semana. Al llegar de viaje abrió el cajón a escondidas y ahí lo vio, no se había tocado ni descubierto, así que lo tiró. Ya no hacía falta. Estaba vivo y feliz. Ya se encargaría de demostrar en vida. Es curioso cuántos elementos tiene la vida de una persona, cuántas horas, años, curriculums, momentos, historias, alegrías, besos, sueños, premios, anécdotas... pero al final, lo perdurable y digno de mención pre-mortem se contaba con una mano. Lo esencial cabía en un Post It

Siguió ese procedimiento en cada viaje que hacía sin ella. Escribir-Esconder-Llegar-Comprobar-Tirar. El tiempo fue pasando y Los Post it fueron cambiando en cada viaje. Una gran distancia y un enfriamiento de la amistad provocó que ya Luis, por ejemplo, no constara en los Post it. Toby ya estaba mayor y, al morir, también dejó de aparecer en las despedidas. Cada vez quedaban menos elementos esenciales en su vida, pero ella perduraba y su miedo a morir seguía intacto. Tras 5 años de aquel primer Post it, se separaron. Caducó la felicidad. Ella se fue de la casa donde vivieron juntos y al tiempo retomó su vida con otro chico. Él seguía viajando y muriendo de miedo, pensando en ella inevitablemente en ventanilla, por favor. Y aunque ella ya era feliz con otra mano tranquilizadora de primera clase, él seguía escribiendo Post it, solo que esta vez no los podía esconder en casa ya que el objetivo de dichos psuedotestamentos era que la otra persona lo viera en caso de accidente, así que empezó a llevarlos al sitio donde por primera vez se miraron y supieron que estaban enamorados, ese sitio que siempre se recordaban entre ellos como el punto de inflexión de sus felicidades. Era un banco en un parque, el tercero empezando por la derecha de un árbol gigantesco e inconfundible. Allí cogía el Post it y lo pegaba a la madera, por la parte de abajo que no se veía. Repetía ese modus operandi en cada viaje y al regresar, iba al banco, se agachaba, lo comprobaba y lo tiraba. No quería nada a cambio, no esperaba ni respuesta, ni reconocimiento, ni sorpresas, solo quería dejar constancia. Ella probablemente ya era la protagonista de otros Post it. De hecho, tal vez, ella ya escribía en otros cajones, pero a él le daba igual. Dolía, pero seguía con la misma necesidad de hacer constar Por si acasos. En él, aún, no había cambiado su constante vital (en singular)

Un día, en casa,  antes de su último viaje, le entró uno de esos ataques cardiacos de nostalgia y comenzó a buscar fotos, las que tenían juntos, las especiales, las insignificantes y bobas que se convertían en primordiales dependiendo de la relevancia que se le dé al recuerdo. Ese recurso que, a veces, tiende a realizar la memoria faquir. Las fotos estaban en otro cajón de esos con polvo y sin abrir. Tiró del pomo y no pudo sacarlo. Demasiado tiempo cerrado. Forzó y forzó hasta romper el cajón, dejándose ver un hueco de la pared de detrás. Rodó el mueble para intentar arreglarlo y ahí lo vio, un espectáculo que si tuviera que definirlo una palabra sería Belleza. La pared estaba llena de Post it:

"Te quiero. 2008"
"He muerto, sí, pero plena gracias a ti. 2009"
"Cuida de Toby. Dile a mi madre que Gracias. Siempre te amé, mi amor. 2010"
"Qué mierda es morir sin ti. 2011"
"Me hiciste tan feliz... 2012"
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