3 Segundos
Corriendo a las 21:00 de la noche por la playa de las Canteras, mientras escuchaba a los Red Hot Chili Peppers en mis auriculares me iba motivando a no parar. El tiempo lo calculaba en canciones y no en minutos. Tras un buen rato me dije: “Acaba Californication y paras ya”. De repente a lo lejos veo que en dirección contraria se acerca una chica también trotando. Cada vez nos vamos acercando más, hasta que nos entra esa duda de hacia qué lado apartarse y llega ese momento confuso en el que ambos giramos al mismo lado y reculamos al mismo otro lado y nos da sonrisa tonta en cuestión de segundos. 3 segundos, entre duda, trote, sonrisa y campo visual, me bastaron para el el vuelco en el estómago que genera una belleza golpeando en la pupila. “Ahora no puedes parar” me dije. “Hazte el duro y llega un poco más, luego da la vuelta y espera a volvértela a cruzar, machote”. Y eso hice, di la vuelta y vi como ella volvía a acercarse en dirección contraria. Le hice un gesto con mi mano y mi cabeza hacia la derecha, y ella me hizo otro hacia la izquierda. Gestos que entre nuevas sonrisas comprendimos para no volver a la confusión del choque. Otros 3 segundos de cruce bastaron para corroborar la belleza. “Tienes que hacer algo, Casanova” me automotivaba. Así que me agaché y escribí en la arena:
“Hola, Víctor, encantado”
A la espera de que ella volviera a dar la vuelta y leerlo. Seguí trotando, cada vez más rápido para cruzarme cuanto antes con ella y su sudor. Giré y ahí estaba ella acercándose. También parecía que trotaba más rápido. Volvimos a cruzarnos durante 3 segundos y esta vez las sonrisas eran más cómplices. Ya con la lengua fuera iba a parar hasta que vi que de donde ella venía también había algo escrito en la arena:
“Hola, Diana, la de la derecha” y un punto y coma seguido de un paréntesis cerrado - ;) -
Ahora no podía parar. Ya me diera un infarto ahí mismo tenía que seguir el juego. Le escribí:
“¿la de la Derecha? ¿del PP? Buff”
Giré y seguí trotando, a lo lejos se veía como ella estaba agachada escribiendo otra vez, pero ahora bajo lo que yo le había escrito. Me puse nervioso. “Imbécil, la has cagado hablando de ideologías tan pronto, como tu bromita la espante verás” Me autocastigaba. Tardábamos como unos 3 minutos en cruzarnos, y cada vez se me hacían más largos, por la incertidumbre de ver lo que me había escrito y por la poca resistencia física. Nos cruzamos y esta vez ya nos reíamos ruborizados por saber que ya nos habíamos escrito, pero el rubor se disimulaba con los colores cardíacos del ejercicio. Llegué a dónde había escrito y leí:
“Yo muerta de vergüenza y resulta que tú también me escribiste. Gracias”.
Me tembló todo, las piernas por el cansancio, y el estómago por pensar que yo también le causé una buena impresión tras cruzarnos. No sabía qué responderle hasta que finalmente me explayé:
“Me va a dar un infarto por tu culpa, que me estoy haciendo el duro solo para sorprenderte y seguir cruzándonos”.
Giré, seguí, volvimos a cruzarnos junto con la risa cómplice protocolaria de los famosos 3 segundos. Su sonrisa fue buena señal de que no se había espantado tras mi comentario político, pero me moría de curiosidad por ver qué había escrito. Llegué y leí:
“No, por dios, de derechas no, que nos están asfixiando, como yo ahora, que se me va a salir el corazón por la boca por tu culpa”.
Ya no podía continuar más el juego, tenía que terminarlo haciéndole alguna proposición, así que me lancé:
“¿Paramos? Te invito a un Aquarius y a cenar al restaurante del paseo. Necesitamos hidratos”.
Volví a trotar y volví a cruzarme con ella. Nos miramos con cara de saber que estábamos aguantando por culpa del otro pero seguíamos manteniendo esa regla tácita y no impuesta de no hablarnos y esperar a leernos. Llegué y leí:
“Habrá que tomar medidas, no?”
Me gustó aunque noté ambigüedad en esas palabras. Más que ambigüedad fue como que ella no se atrevería a tomar las medidas hasta que no las propusiera yo; cosa que había hecho ya en el otro texto al invitarla a cenar, así que respondí:
“Medida tomada en mi escrito anterior, voy para allá y te lo vuelvo a proponer, por escrito y hablado”.
No sabía cómo se habría tomado mi invitación pero todo apuntaba a que lo lógico era que aceptara tras este juego y esta sucesión de frases. De repente giré, ya trotando más despacio, a la espera de volver a cruzarme con ella a los 3 minutos por última vez, pero no la vi. Miré para arriba, para el agua, para el paseo, pero no estaba. “¿Qué hiciste mal idiota?” Me decía a mí mismo mientras sprintaba nervioso dirección a las letras a ver qué me había respondido a la propuesta. Y ahí estaba la sorpresa. Mi última intervención no estaba, como si nunca la hubiera escrito, borrada. Había subido la marea.
Tal vez hubiera accedido a cenar pero al ver que no había respuesta se sintió poco correspondida y se fue avergonzada. Tal vez sí lo leyó y se asustó con la proposición. Tal vez solo fue un juego y huyó, o tal vez en todas las historias entran en juego más factores externos y ajenos a los dos protagonistas y son factores con fuerte marejada que afectan despiadada e irremediablemente a las decisiones. Y mientras releía su primera frase: “Hola, Diana, la de la derecha” Neptuno borró otra frase con un golpe de mar, y luego otra, y otra, hasta que sacó su cínico tridente y borró todas las letras menos “Hola” y finalmente, el muy burletero, borró solo la H.
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Susurro interrogativo -
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