Dejarse la piel
La vio bajarse del taxi y entrar a la casa de él. Pensó que podía ser esporádico, como esos pequeños rollos y descubrimientos que uno va teniendo tras las rupturas; pero una amiga común lo confirmó: “Ya llevan meses así, olvídala y haz tu vida. Es lo mejor”. Y efectivamente era lo mejor, pero no lo más fácil. A él no le resultaba difícil rehacer su vida, entendiendo rehacer por conocer gente nueva y tener relaciones fugaces, pero sí era complicado obviar que lo de ella no era fugaz ni puntual sino que ya llevaba una asiduidad. Ya no por esa piel que durante tanto tiempo solo le brindaba erupciones capilares a él y ahora tiene sucursales en otra epidermis, sino por su nuevo contrato de permanencia sobre otro cuerpo. Ella ya no solo entregaba su piel, sino que se entregaba ella, toda, corazón incluído, expuesta y vulnerable a otra persona, y probablemente repitiendo las mismas promesas y mentiras que él creyó en su momento.
“Ahora sí que se acabó” se convencía él a sí mismo. Porque hasta ahora, aún siendo consciente del fin, él no daba por perdido un futuro improbable o un sorpresivo giro argumental. Lo veía inviable pero ¿quién le iba a decir a Bruce Willies en el sexto sentido que él estaba como estaba? ¿Quién esperaba que en Sospechosos habituales Keyser Soze era quien era? ¿Quién esperaba en Testigo de cargo que aquel giro iba a girar antes de girar por última vez? Pero ahora ya era el final, ya estaban los créditos y él esperaba que fuera una película de Haneke donde se pudiera rebobinar y rectificar guiones, pero este film no. Este ya acabó, con un final abierto expuesto a una segunda parte donde él ya no era el protagonista por finalización de contrato y porque la directora de casting había preferido a un nuevo actor en escena, con nuevos métodos de interpretación.
“Tú reanudarás antes. Me conozco y te conozco, y sé que cuando lo nuestro acabe serás más rápida en recuperarte y entregarte” Le decía él a ella en los tiempos en los que aún había un contrato de exclusividad en sus manos. Y así fue, ella fue más rápida, pero haber acertado no le aliviaba, ni siquiera minimizaba el dolor el hecho de saber que eso ocurriría así, pero tal vez ayudaba a asimiliar el punto de inflexión, el antes y el después, el chim y el pom. El problema era que ella no quería causarle dolor a él ni perder su reputación de “cuánto lo amé” porque pensaba que la gente podría interpretar que al ser más rápida en retomar, implicaba que amó menos, y claro, no le interesaba contar su nueva vida, no vaya a ser que decepcione y le desmerezcan el amor que ella dio. Y en esa omisión, la táctica era actuar como si no pasara nada, y además seguir dándole a él muestras de amor, cariño, vistas a un futuro juntos, nostalgia e incluso besos y encuentros ardientes. Lo que se conoce como “Agarrar por allí sin soltar por aquí”, no vaya a ser que su nuevo descubrimiento le salga rana y se quede sin nada. Pero ya nada era lo mismo. Ya él no quería sentirse un descarte o un trofeo más en una noche de nostalgia u hormonas disparadas. Así que firmó su Adiós. Y ahí quedó ella, hundida por amor y egoísmo (que por desgracia son uña y carne rasgada) y deseando que ese final de película fuera Funny Games de Haneke. Pero esta vez había que confirmar, afirmar, reafirmar y firmar, aunque fuera con una rúbrica temblorosa de miedo en su voz:
“Esperaba que me lo dijeras tú pero entiendo que te dé vergüenza reconocer que ganaste en rapidez. Te deseo lo mejor, pero si ya tienes una rienda no agarres la mía. Voy a zafarme, seran contorsiones dolorosas, pero conseguiré zafarme de lo que sé que te cuesta soltar. Ya no peso. Ya no gano. Ya perdí. Pero que te quede claro que me dejé la piel, aunque hoy digas que no luché por ello. Me dejé la piel, nunca mejor dicho, en cada rincón donde nos recorrimos, colgada entre tus dientes, pegada entre tus dedos, sobre tus relieves. Me la dejé intentado que mi gravedad te fuera leve y viceversa. Me dejé la rabia, el sudor, la saliva, el lacrimal y la esperanza corrosiva, incluso cuando todo estaba perdido me dejé la piel cansado de amar como aman los cobardes, esos que no llegan a amores ni a historias y se quedan ahí. No lo olvides nunca. No la olvides nunca. La piel. Me la dejé, y espero que la guardes. Tengo testigos: Toda esta piel muerta y yo en carne viva.
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